Halcón peregrino batiendo sus alas y a punto de salir del puño.
"El arte de cetrería".
Con este título, Felix Rodríguez de la Fuente escribe un libro fascinante, podría decirse que es el manual básico para todo aquel que quiera sumergirse en este precioso mundo de la cetrería. Antes de nada, Félix cuenta su historia personal de cuando era niño, en la que explica con sencillez y profunda emoción el origen de su afición en sus primeras líneas de esta gran enciclopedia. Os las transcribo porque creo que merecen la pena:
En el Norte de la provincia de Burgos, en el límite de la meseta, antes
de que la severa orografía de Castilla se desplome hacia el mar por el
fragoso escalón del sistema cantábrico, existe un anchuroso páramo:
tierra rigurosa de pastores y de lobos, alta ruta de pájaros viajeros;
fue la más fascinante escuela en los días de mi infancia.
Deambular por la llanura, acechar, descubrir nuevas formas y
manifestaciones de la vida, era para mí un placer atávico, viejo y vital
como la misma humanidad. En otoño, me pasaba los días tratando de
sorprender a los patos salvajes. Y no para cazarlos, pues por aquel
entonces no conocía yo el manejo de las armas. Era algo mucho más
imperioso: quería verlos de cerca, saludarlos con mi mirada atónita;
quizá, descubrir el secreto de su misteriosa atracción. Porque los patos
salvajes siempre me han emocionado. Sus formaciones geométricas en el
cielo de otoño, su tenso vuelo hacia las tierras de invernada,
despertaba en mi espíritu indescriptibles nostalgias y ansias de
nomadeo.
Ciertamente, mi situación no podía considerarse como normal, ni siquiera
segura para un niño de 11 años: calado hasta los huesos por la fina
lluvia, temblando de frío y ansiedad, entre los carrizos de una charca
perdida en el páramo, a muchos kilómetros de mi casa, me sentía sin
embargo, el más feliz y triunfante de los mortales. Porque ellos
estaban allí, a pocos metros de mi escondite, tan cerca que podía
distinguir el verde metálico de sus cuellos y los anaranjados picos. Al
fin, lo había conseguido. Tras media hora de arrastrarme por el suelo
pedregoso, veía de cerca a mis admirados viajeros.
Lleno de júbilo, salté hacia delante: grité. Y toda la bandada se puso
en vuelo, con extraño clamor, salpicando mi rostro las gotas de agua
proyectadas por sus alas. Entonces, un silbido creciente lo dominó todo.
Una masa grisácea cayó como un proyectil hacia el centro de la bandada y
chocó con uno de los patos, derribándolo en tierra, envuelto en una
nubecilla de plumas.
Con asombro, me percaté de que aquel bólido mortífero era realmente un
ave, que ascendía tan rauda e inesperadamente como había bajado.
Corrí hacia el abatido pato y tomé su cuerpo entre mis manos; era
macizo, fuerte, pesado…, estaba muerto. Miré hacia el cielo, y allí, en
lo alto, volaba en círculos el poderoso cazador, ya sólo un punto entre
las nubes.
Absorto, apretando fuertemente su presa entre mis brazos, comprendí que
había un ser superior a cuantos yo había imaginado: veloz, para herir
como el rayo; fuerte, para quebrar de un golpe el vuelo del pato
salvaje.
Solo, inmóvil, acepté con humildad el regalo que la naturaleza acababa
de ofrecerme; ignorando que miles de años antes, un cazador del lejano
neolítico recibiría en parecidas circunstancias la inspiración que le
hizo concebir el más noble e increíble arte de caza: la cetrería.
Rodríguez de la Fuente, Félix. Prefacio en El arte de cetrería. Ediciones Nauta, Barcelona, 1970.
Alcotán preparado para la caza en el guante cetrero.
Diversas tomas de un halcón durante la caza en campo. En la última persiguiendo a una paloma.
El paisaje terra-campino con grandes espacios abiertos, ideal para la caza con halcón.
Otras fotografías de esta gran jornada cetrera en tierras castellanas.